sábado, 4 de junio de 2011

Buscando eso que falta - Crisis

Buscando eso que falta
Un escrito catártico

Marcia Rosin

    No sé, si es que esto será lo que todos comúnmente llaman, lo que tantos publican en pequeños libros de autoayuda, lo que mi madre me decía que llegaría: La famosa crisis de los treinta, o solo soy yo que otra vez voy a contramano.

   Ya no sé en cuantas cosas planeé convertirme en los últimos catorce meses. Ya no sé por cuantas profesiones y oficios deambulé. Ya no sé a cuantas vidas diferentes jugué. Ya no sé cuantas cosas intenté, ni cuantas dejé de hacerlo antes de comenzar a probar. Ya no sé cuantos sueños de futuro proyecté.

   De pronto hay bebes en todos mis grupos de amigos. Me hago de un novio que también pronto quiere casarse y tener hijos. Mi hermana ya no critica cada cosa que digo, mis padres ya no critican cada cosa que hago. Como si ahora, con un título de licenciada, mi palabra por fin tuviera un cargo vitalicio en la comisión directiva de la vida. 

   Perdón si no me acostumbro tan fácilmente a lo automático, al ruido molesto y a los tiempos acotados.
    Perdón si aún imagino una vida mejor.


   Tratando de adaptarme a las realidades sin abandonar mis ideales sigo construyendo, a veces sin saber con que rumbos inciertos, pero al parecer, dicen, voy echando raíces. 

   Como dice la cantante preferida de mi padre, y es que ´´cambia, todo cambia``. Ahora que mi cuerpo esta más cansado, lo cotidiano de salir de gira a las dos de la mañana para volver ya con el sol por arriba nuestro es una osadía que sucede sólo de a ratos. Lo habitual de una borrachera me aniquila las ganas de un poco más.

   De a ratos trabajé en turismo, fui animadora de chicos, mostré departamentos, trabajé con mayores, jugué con niños, quise estudiar fotografía, coaching, vender, volver a bailar, hacer teatro, monté una feria, ideé como ser psicóloga, soñé con publicar mis escritos, quise pintar cuadros, disfruté seleccionando gente para trabajos, imaginé un hotel  propio, tuve migraña y dejé de tenerla. Quizás debería haber sido una lista de los planes que tenía en mente lo que le diera al neurólogo para que entendiera sus causas. 


   Me harté. Y, como siempre, armé un bolso y me escapé un rato. Claramente empecé terapia.  Y es que sigo buscando, sabiendo que por alguno de todos mis caminos cumpliré ese sueño en el que creía en la posibilidad de encontrar ese lugar para mí. Ese sitio que salí a descubrir por el mundo, pateando de país a país.


   Perdón si aún sueño con el reflejo de la rojiza montaña a cada despertar.
   Perdón si aún me abruma una vida de nueve a dieciocho. 


   Y sí, aún grito mi deseo de vivir en el lugar que otros pagan para vacacionar,  porque no me entusiasma un viaje pegoteándome con la masa aplastante en los medios de transporte.

Abrumada por esta necesidad de crecer a pura expectativa, casi sintiendo que mi ideología me desprecia, que no pertenezco a este paradigma, sigo buscando. El nuevo capítulo trata de una búsqueda interna que se hace interminable hasta lo insufrible. 

   Mi vida casi asemejada a una ruta boliviana: La idea clara de que ´´caminante no hay camino``, pero no me vendría mal una señal.  ¿O será que desorbitada y confundida no he logrado distinguirla? 

   Será que éste paso hacia los treinta está arrinconando a la adolescencia que proclamaba victoria no queriéndose ir y me ha tomado tan de sorpresa que no encuentro el botón de adaptación dentro de mi sistema. 

   Perdón. Es que aún me levanto llorando por las mañanas con esta desesperación de que el día va a avanzar y yo no se como ocupar mis horas. Esa encrucijada entre producir un futuro de anhelos o simplemente, automatizada, hacer lo que debo.
  Perdón. Es que aún mantengo en mis pensamientos, ahora un poco silenciosos, esos recuerdos de un pasado más simple, lleno de caminos alternos.


   Y es que jode ese no sé qué en el pecho. Esa  impotencia de saber que hay algo que no encuentro. Esa desesperación que de a ratos me da ganas de no vivir más y como píldora, refresco mi mente pensando en una opción más liviana: La de escapar, la de salir, la de vivir un otro sueño, mi otro sueño. Ese  impulso de seguir buscando que se hace eterno. 

   Llegué a considerarlo como una etapa de transición, quizás alguna fase de culminación de la adolescencia que no recuerdo haber estudiado; una forma de conquistar la vida de a sorbitos, como si prefiriese permanecer aquí, no queriendo cruzar ese portón a la adultez.
    

   Ya ni me basta una hora de terapia para decir todo lo que pasa por mi mente y sale por mi boca, quizás por eso este papel en mis manos se ha convertido en un económico profesional sin consultorio privado.

   Y es que está claro que de a ratos me pierdo: Planifico, ordeno, rectifico, desarmo y vuelvo a planificar.  

   Es que mi ideal es absolutamente corrupto: Seré una reconocida bailarina; una renombrada psicóloga en mi país; mis fotos deambularan por los continentes; mis libros serán una hermosa inspiración; los políticos tomarán nuevas y mejores medidas de apoyo social tras mi trabajo en la comunidad. Descubriré la cura de la esquizofrenia o del autismo, casi sin querer la vacuna de alguna mortal enfermedad o la fórmula de una economía sin dinero. Sobre mi ideología se formará el lema de aquellos que proclaman el fin de las disputas mundiales. Esa niña me llenará con su abrazo tras escuchar las palabras correctas; esos padres estrecharan mi mano; mi hombre me estará siempre esperando.  

   Tengo increíbles momentos imaginarios de grandeza y choco con mi imagen tan pequeña recorriendo sin ganas la enorme ciudad.



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