jueves, 1 de septiembre de 2011

Miedo al miedo - Conviviendo con el ataque de pánico

Miedo al miedo
Conviviendo con el ataque de pánico
Marcia Rosin

La asfixia, las palpitaciones, el sudor frío, los temblores.
Los pensamiento inimaginablemente rápidos y sin sentido.
Esa seguridad de estar enloqueciendo.
Esa imposibilidad de detenerlo.

La angustia que llenaba mi ser.
La convicción de que algo dentro mío fallaba.
El llanto.

La necesidad de huir y de esconderse.
Ese miedo incontrolable al todo y a la nada.
Ese miedo al miedo.

Allí estaba yo, creyendo que me volvía loca a cada segundo, escuchando con terrible agudeza cada sonido. Las luces que se convertían en ráfagas relampagueantes de brillo. La incomprensible experiencia en carne viva de la locura que se apoderaba de mi consciencia. Una  locura capaz de ser relatada, con el agregado de una extraña sensación de muerte llena de luz enceguecedora y escasez de aire.

Cada vez que intenté redactar los episodios de ese tiempo de mi vida me fue meramente imposible. O porque no los recuerdo con claridad, o porque prefiero mantenerlos olvidados en ese increíble mundo del inconsciente reprimido.

El ataque culminaba y un abatimiento corporal me tumbaba en la cama con un sueño poderoso que se apiadaba de mi.

Ausente.
Épocas de un sin recuerdo.
Sólo perduran en mi mente las sensaciones corporales y la gente que me sostenía en tiempos tan oscuros.

Es un estar al borde de la muerte, sabiendo con lógica y racionalidad que no hay causa real para fallecer en ese momento.
Pero acaso, ¿no estamos todos con un pie más cerca de nuestra mortalidad a cada minuto?
Vamos envejeciendo no queriendo saber que eso tan desconocido, llamado muerte, algún día llegará.

La muerte.
Esa noción que los enfermos terminales deben lograr asumir y que los no enfermos evitan pensar constantemente.

La muerte.
Ese fantasma del que escapamos a cada segundo mientras ocupamos el tiempo con obligaciones y diversiones.

Sin embargo, nadie podría asegurar que hoy no es el último día de su vida.
Nadie podría saber que hoy no es el día de su muerte.

El ataque de pánico te pone cara a cara con esa realidad, en cada nuevo episodio, a diario.
Estimula esa creencia acertada de que como seres mortales, algún día, irremediablemente, será nuestro día final.

El pánico es un nuevo amigo que algunos conocimos en nuestro paso por la vida. Un nuevo compañero de ruta que nos regaló su entero conocimiento: El saber de una idea avasallante capaz de apoderarse de todo tu ser. Una idea desacertada que intenta ser silenciada previo al ataque, se intensifica con una seguridad absoluta durante el episodio y se clarifica como un miedo atemorizante y terrorífico. Un miedo escalofriante como el que provoca una película de terror.

¿Miedo a qué? Es la pregunta en la que se detiene este insólito diagnóstico del trastorno de pánico.

El famoso miedo al miedo. Y es que quienes lo han padecido, han conocido con los ojos abiertos y la mente embotada en un sin sentido, pero aún con tremendo raciocinio, a dos grandes enemigos del hombre neurótico: La locura y la muerte.


A Mery.
A la Pety, a Vane, a Male.
Y en especial, a Mario, mi papá.



Publicado en Sitio Salud y Psicología http://saludypsicologia.com/6450/miedo-al-miedo-conviviendo-con-el-ataque-de-panico/ Dic 8 2011


viernes, 26 de agosto de 2011

La era del deber multifacético

La era del deber multifacético
¿Tiempos acotados o sobreutilizados?
Marcia Rosin


    Una teoría modernista podría considerar a la computadora como una dotada maestra que nos explica y nos enseña a hacer sujetos útiles en la vida, pero ¿cómo?

    La computadora nos obliga a mantener nuestra mente dividida en 15 cosas que hacer simultáneamente: Mantenemos conversaciones con seis personas a la vez, mientras escuchamos música, bajamos nuevos temas, miramos algún video, buscamos información sustancial para nuestras tareas, chequeamos el clima del día siguiente, nos enteramos de lo que una persona que no vemos hace 15 años está haciendo en ese preciso instante y miramos las fotos de nuestros amigos y de nuestros no tan amigos. Todo en una fracción de 15 minutos, que pronto se transforman en horas y horas de imposible despegue de nuestra atención sobre esa máquina que, inexplicablemente para unos cuantos, se encuentra conectada a todo el globo terrestre.

    Si se marearon con tanta descripción no me preocuparía, pero si no se hallan involucrados dentro de éste quehacer cotidiano del hombre del siglo actual, les diría que coexisten con un problema.

    No por fanática de la computación, ni de la tecnología, ni mucho menos de las redes sociales, aunque claro que las utilizo. Sino porque la era actual nos obliga a identificar una nueva característica del ser humano. Del Homo Sapiens de Darwin, al Sujeto del inconsciente de Freud, al Ser Multifacético de Bill Gates.

    A través de esta manía de demostrarnos a nosotros mismos, todo aquello de lo que somos capaces de hacer simultáneamente, hoy hemos sido convertidos en seres multifacéticos.

    Visto así, la histeria podría entenderse como un estado de total lógica, teniendo en cuenta que en estas simultaneas conversaciones, o chats, uno puede hablar apasionadamente con alguien con el que está enamorado, y un segundo más tarde, encolerizarse con otra persona a la que desprecia y con la cual hace media hora se está insultando. Y no sólo eso, sino que mientras tanto, estar escribiéndole a un total desconocido preguntándole en forma natural sobre su vida, a la vez que, contándole con excesiva angustia, a su prima que vive a miles de kilómetros de distancia, sobre la traumática relación que lleva con su madre debido al nuevo novio que trajo a su casa.
    Entendido bajo la lógica del Windows Vista, pasar de estados emocionales en cuestión de segundos no sería tan significante, como cuando un médico logra catalogar, por parecidos síntomas, a un sujeto bipolar o drogadicto, o algún otro cuadro psiquiátrico.
   
    No hablamos de iguales estructuras ni circunstancias, pero sin lugar a dudas, las características de algunos trastornos pueden observarse hoy, sentados frente a la máquina, en la cotidianeidad de cualquier hogar.

Pero entonces, ¿qué nos enseña ésta maquinaria tan compleja?

    Y es que esa vida multifacética a la que nos transporta esa máquina llamada computador, se nos es prácticamente obligada para subsistir a este mundo que cada vez avanza más y más rápido. O al menos eso parece percibir una gran parte de la población.

    Hoy no basta con saber un idioma, haber concluido una carrera universitaria y haber tenido algún trabajo que compruebe nuestro respeto por las normas generales de comportamiento social. Hoy, dicen los licenciados en recursos humanos, hace falta ser dinámico, proactivo, autónomo y poliglota. Para ser competitivo en el mercado laboral y en la vida en general, es preciso terminar una carrera universitaria, para empezar otra, haber estudiado decenas de cursos y tener cientos de puntajes. A la par, debe uno trabajar de 9 a 18, y tener un extra de 18 a 21. Llegar a fin de mes, vistiendo en la oficina siempre a la última moda. Ser hábil en las comunicaciones y creativo en las soluciones.  Hacer deportes, arte y saber computación. Poder cumplir con las tareas de uno y del otro. Llegar temprano a casa y a la vez hacer horas extrañas de trabajo. Ser responsable por lo propio, por lo ajeno y por la ecología. Ser buen ciudadano, aspirar a progresar y tener algún hobbie para no contraer estrés.

    Nuestros abuelos inmigrantes pocas chances tenían de conformar sus vidas mas allá de los oficios aprendidos. Pero todos tenían en claro que sus hijos debían ser médicos, debían ser abogados, debían ser maestros. El siglo pasado se conceptualizaba en la premisa del deber ser. Pero hoy no basta solamente con tener un titulo de grado o alguna especialización para desarrollarse como sujetos adaptados a este nuevo sistema cibernético.     Hoy todo aquello que una persona lograba hacer en el transcurso de su vida, debe hacerse en simultaneo.

    En los días actuales, un abogado debe dar clases a aspirantes de derecho y nutrirse de su efímera vocación actoral que desempeña los fines de semana. Un estudiante de química debe esmerarse como secretario mientras consolida su facilidades comerciales en un microemprendimiento. Un médico debe hacer horas de hospital, de consultorio privado y generar ingresos extras vendiendo por internet.
  
    En la era donde debe hacerse de todo y a un mismo tiempo record los roles se entrecruzan y se confunden. Pero nuestra buena amiga la computadora, nos ha enseñado bien a dividir nuestros cuerpos y, en especial, nuestras mentes, en los sucesivos “yoes” y estados emocionales que la modernidad nos obliga. Pues, casi todos comprendemos que, hoy, hace falta ser multifacético.

jueves, 4 de agosto de 2011

Entre Marte y Venus - Diferencias de género

Entre Marte y Venus
Hablando de lo mismo
Marcia Rosin


    En la vida de toda mujer existen dos temas fundamentales de conversación. Sin importar si se trata de una empresaria, una profesional, una ama de casa, una empleada, una modelo de revistas, una artista o una secretaria, todas hablamos de esos dos temas centrales de nuestro existir: Los hombres y las amigas. Con los primeros hablamos sobre las segundas y con las segundas pasamos horas debatiendo sobre los primeros.

    A ellas, nuestras amigas, podríamos clasificarlas en dos grandes grupos primarios.

    Aquellas, donde sin importar hace cuantos meses fue nuestro último café compartido, aún insisten en contarnos las historias de aquel mala muerte que tienen por pareja, o ex pareja. O incluso, sobre aquel intrépido y manipulador, que no hizo más que emboscarlas por un par de rápidas noches. Esas charlas en las que nosotras, como buenas amigas prestando nuestros oídos, aún continuamos escuchando y escuchando, por eternos meses, los lamentos de dicho amor frustrado.

    Por otro lado, podemos encontrar ese ejemplar grupo de amigas, a quienes por más que viéramos día tras días, se nos haría imposible seguir el hilo de sus historias de protagonistas masculinos, dado a su fascinante capacidad de constituir amores fugaces y repentinos. Esos hombres que casi siempre se tornan en ensoñaciones sobre el definitivo amor de su vida. Relatos en los cuales nosotras, aún como elegantes e incondicionales amigas, nos hallamos perdidas de tanto boxer sin nombre. Pues recordar cada uno de ellos sería, simplemente, una tarea imposible de realizar.

    Criadas todas bajo el mandato de nuestra conocida Susanita, la buena amiga de Mafalda, o ante la expectativa conformada por tantas repetidas historias de Andrea del Boca con sus príncipes azules y sus amores imposibles, henos aquí, mujeres sentadas a la mesa con un café de por medio, desabrochando nuestros secretos de sábanas las unas con las otras, como nuestro hobbie predilecto.
 
    Mientras pedimos un poco más de azúcar o edulcorante al camarero, nos encontramos a nosotras mismas ubicadas en alguno de esos dos grupos y nos transformamos en grandes consejeras mutuamente. No por más castas o más impuras, ni tampoco por monogámicas o atrevidas. Probablemente, porque todas pasamos por una etapa y por la otra, de estos grupos primarios, en el transcurso de nuestra vida. A veces lloramos con nuestras amigas, por años, por el mismo hombre, y a veces, ni nosotras recordamos sobre quien habíamos dialogado la semana anterior.
   
    Lo más paradójico es que nuestras charlas concluyen, una y otra vez, con la absurda, loca e histérica premisa, de que sin importar de que lado de la vertiente estemos, siempre nos encantaría estar ubicadas en el grupo contrario.

    Y es que en todos los relatos nos enfrentamos a una extraña dicotomía. Algunas amigas que nos cuentan lo triste de su soledad y su deseo de enamorarse pronto, versus otras que nos relatan la majestuosidad que conlleva el  “mejor sola que mal acompañada“, a lo que algunas denominan libertad.
   
    Y las hay también, aquellas otras amigas, que ya han olvidado lo referente a lo interesante de la charla sobre la problemática masculina y ahora se contentan, mucho más, con informarnos todo aquel acontecer sobre sus hijos, sus sobrinos o sus mascotas, como un derivado de ese componente denominado fálico por la psicología del último siglo.

    Y es que, cualquiera sea la vertiente que nos toca vivir, o el grupo en donde nos hallamos ubicadas en algún momento, no hay mujer que no haya manifestado a grandes voces “que no entiende a los hombres”.
   
    Con lo que podría concluir, en que el debate sobre la incógnita del pensar y el actuar varonil, es seguramente un tema que no se escapa de nuestras bocas a la hora del té. Cabe decir, que la incógnita del útero es, probablemente también, la charla más concurrida por el grupo de hombres, mientras discuten sobre goleadores de futbol, ponen la carne al fuego para su esperada parrillada, descorchan un vino y hacen algunas jugaditas de truco, póker o blackjack.

    Nada nuevo sería comentar sobre la opuesta perspectiva, y hasta la rivalidad, de los comentarios que se puedan suscitar entre los denominados seres provenientes de Marte y los de Venus.

    Pero puedo con seguridad informar, que enfrentados en la mesa de un bar, en el parque, o en un sillón de la casa, dos amigos o dos amigas, sin importar la variante de su género,  finalmente están hablando de lo mismo: Nuestra humanamente asignatura universal, el sexo.
      

jueves, 7 de julio de 2011

Obsesiones

¿ En qué pensas cuando no pensas en aquello en lo que siempre estás pensando?


Marcia Rosin



Si no estuviese pensando en eso en lo que siempre estoy pensando.

En esa idea obsesiva que me mantiene despierta por la noches y perdida en el día.

En esa duda que me hace doler las entrañas, en ese sueño de una vida menos complicada.

Enroscada en un sinfín de preguntas sin respuesta.

Si hoy, como ayer, no estuviese pensando en eso en lo que siempre estoy pensando.

Tendría más tiempo para los amigos, para enamorarme, para comer en familia.

Tendría más ganas de limpiar la cocina, de sacar de paseo al perro, de pasar por la peluquería.

Tendría más energía para llevar adelante mis anhelos.

Si no estuviese pensando, otra vez, en eso en lo que siempre estoy pensando.

No saldría tanto a caminar sin rumbo, fumaría menos, sonreiría más.

No sentiría la vida pasar detrás de mí, sin sentido.

Si nuevamente, no estuviese pensando en eso en lo que siempre estoy pensando.

Postergaría menos, concretaría más.

Abrumada por este mezquino pensamiento que otra vez se entromete sin permiso en mis ideas. Me detengo … ¡En cuantas cosas mucho más interesantes y reales estaría yo pensando, si no estuviese pensando en esto en lo que siempre estoy pensando!.

De seguro podría descubrir aquellos pensamientos que mantengo acorralados, silenciados.

De seguro estaría proyectando, planificando, soñando. Estaría viviendo.

Si hoy, como siempre, no estuviese pensando en eso que siempre estoy pensando.

Simplemente, no estaría escribiendo esto, que ahora estoy escribiendo.

Perspectiva de vida


Marcia Rosin

La vida es la difícil tarea de construir un camino recordando....
   
    Que la felicidad no se logra de metas postergables, y que, para penar de aquellos pesimistas, por suerte no existen metas inalcanzables.
   
    Que no hay imposibles, más que en nuestro anhelo de hacer las cosas simples más difíciles.
   
    Que cada día es un hermoso día por vivir, si se logra tomar, aunque sea, un efímero minuto donde parar de andar por andar.
   
    Que no existe problema sin solución, pues no seria problema alguno entonces.
   
    Que cada día vale, pero para ello hay que hacerlo valer.
   
    Y que, son los sueños mientras estamos despiertos, los que realmente nos cuentan a nosotros mismos quienes somos y de que momentos queremos construir MÁS nuestro PRESENTE que nuestro futuro.


sábado, 18 de junio de 2011

Yo me quiero casar… y usted? - Interpretaciones del matrimonio

Yo me quiero casar… y usted?
Interpretaciones del acto matrimonial

Marcia Rosin

    De donde yo vengo, el matrimonio es un eslabón de la cadena evolutiva del individuo. Un paso esperado año tras año, novio tras novio. Por supuesto, mayormente aguardado por mi madre y sus amigas, listas para solventar los gastos y preparadas para vestir de gala en tan deseada ocasión. Una escena mentalmente montada, para ser vivida como un momento fugaz de llantos emocionados, de comida y baile en horario prolongado y de fotos que serán vistas unas diez veces, hasta ser archivadas en un cajón de la casa. En ese altar de un armario, donde yacen los gigantes álbumes de esos otros momentos especiales, que también habían sido esperados, año tras año.

    De donde yo vengo, contraer matrimonio es una etapa obligada, como si fuese parte de la constitución natural del ser humano: Nacer, educarse, casarse, tener hijos y soñar con que éstos continúen el mismo proceso evolutivo, el mismo legado familiar. Me fue inculcado como un suceso cultural establecido, y obligatorio ante la ley parental. Quizás incluso supuesto como paso fundamental de la vida social, para dejar nuestra marca generacional en el mundo, ¡pues sería casi un atropello pensar en tener hijos y formar una familia sin esta formalidad previa! 

    Supongo hoy, que sin siquiera haberse interrogado sobre su propia vida marital, el matrimonio fue mentalmente constituido como un eslabón de la vida perfecta que nuestros padres habían soñado para nosotros cuando, probablemente, aún no estábamos ni en el vientre materno.

    Así es, que un día, sin muchos más planteos internos, decidí continuar mi mandato “real“. Después de todo, “sí, acepto’’ resonaba en mi cabeza desde que siendo yo muy chica jugaba a vestir y desvestir mis pequeñas muñecas de colección. Ahora había llegado el momento de la verdad, de dar el, por todos esperado “sí“. Mi pareja emocionado ya estaba haciendo la lista de invitados, decidiendo si esa tía que veía una vez cada diez años, pero que tantos llamados telefónicos alegraban a su madre, era necesario sumar a esa hojita que pronto se llenaba de nombres, algunos desconocidos. Yo estaba absorbida en mi fantasiosa imagen de mi cuerpo vestido de color blanco, entrando al altar, con mi padre del brazo. ¡Qué ilógica circunstancia! Aún hoy, ya habiendo dejado en el olvido los tiempos medievales de castillos y coronas,  las hijas seguimos siendo parte de la dote que una familia entrega a otra, de brazo en brazo, en este caso frente a dios. Incluso dejando nuestro apellido paterno por el marital, frente a nuestro país. Me encontraba ahí, detrás de mi novio y su repleta hoja de largos árboles familiares, imaginando a todos allí parados, observando a la novia caminando hacia el altar, para ser regalada del padre al “nuevo hijo de la familia“. El rito cultural del incesto ante las instituciones, con todos nuestros invitados como testigos presenciales.


    Mis ideas deambulaban en lo que considero deben ser las excusas más absurdas y a la vez más lógicas de aceptar el lema concluyente “hasta que la muerte los separe“, supongo los mismos pensamientos que han tenido muchos otros: “Y es que el amor lo vale“, o es que “han sido muchos años de noviazgo“,  “es la etapa que sigue”, “es hora de tener un hijo” o es que simplemente “así es como deben hacerse las cosas“.

    Mis dudas arrinconaban más y más a mi decisión final ya declarada. ¿Qué función lleva implícita el complejo acto del matrimonio? ¿Acaso hace falta firmar, fotografiar y demostrar ante todos el amor de una pareja? ¿O en todo caso, por quién es que uno siente el deber de demostrar su amor contrayendo casamiento? ¿Será a su interior que clama por ese proyecto que soñó toda la vida sin saber a qué refería ese sueño? ¿O a su pareja quien sólo así confiará en que no habrá engaños con la promesa de permanecer en la salud y en la enfermedad? Algunos se casan por deseo de su amado, otros por fortalecer la relación, por responder a una imagen social y a un mandato familiar, por la supuesta ilusión de que el otro será un buen compañero para toda la vida y un increíble padre para los hijos. Algunos se casan porque todos lo hacen algún día. Algunos, simplemente, se casan por amor. ¿O será que el casamiento es una linda excusa para reunir a la familia y a todos aquellos que nos conocen y nos aprecian, algo así, como un asado de domingo generalizado para unos cuantos?

    ¿Qué cambia cuando mi novio ahora es mi marido, cuando además de cédula, documento y  pasaporte, el estado nacional me ofrece una libreta “roja“? ¿Quién habrá designado ese color para estas hojitas que hoy me hace firmar esta tierna señorita que no hace más que hablarme de compromisos para toda la vida? ¿Roja de amor? ¿Roja de pasión? Dejé mi pequeño ramo en las manos de mi hermana, a quien le otorgué previamente el tremendo deber de recordarme que si bien, en esos minutos estaba yo poniendo en cruel sacrificio a mi libertad, éste era el momento con el que inconscientemente suponía siempre había soñado, y mientras me dirigía con una hermosa sonrisa hacia mi pareja a firmar esa esperada, por mi madre, libreta roja, aún seguía meditando sobre lo mismo. Quizás el casarse pueda haber sido pensado, en el pasado, como esos antiguos pactos de sangre, donde, esta marca roja proveniente de nuestros cuerpos, perjura el compromiso y la fraternidad entre los seres. No sería tan absurdo que éste sea el por qué de la elección de color de este insólito nuevo documento para mi colección, después de todo, somos familia los que llevamos la misma sangre. Entonces, juez mediante, aceptando la entrega de esta roja libreta, con mi nombre y el de mi pareja allí inscriptos, ¿pasaríamos nosotros a estar enlazados como hermanos de sangre? Si cuando “doy el sí” mi novio pasa a ser mi hermano, ¿nuestros hijos lo llamarían padre o tío? ¡Qué sentido incestuoso y morboso se le ha ocurrido a mi pensar! ¡Linda forma de escabullirme de mi compromiso familiar y social del matrimonio! Quizás deba encontrar alguna más simple respuesta a mi aún no decidida opinión al respecto.


    Mis pensamientos recientes fluían sin descanso cuando repentinamente me vi parada frente al juez quien, sonrisa mediante, me hacia entrega de mi pacto de hermandad marital. Fue cuando descubrí que la respuesta debería haber llegado mucho más pronto, lapicera en mano y firma garabateada por debajo. Ya no había vuelta atrás. Todos esperaban el beso final y la lluvia de arroz.

    Simplemente, no sé como ocurrió. Si la felicidad me abarcaba hasta despojar mi cuerpo de lo que estaba aconteciendo o si el temor al futuro y al porvenir automatizó los movimientos de mi ser. Mientras guardo los restos de pastel en la heladera, vuelvo a observar esa libreta roja que yace ahora en la mesa.

    Simplemente, no sé como ocurrió. Si es que siempre lo había soñado, si es que quise hacer feliz a mi pareja, si es que debía cumplir con los mandatos inculcados, si es que era parte de estar enamorada.

    En fin, a pesar de todas mis dudas, replanteos e incertidumbres al respecto, hoy declaro, no ante dios ni el juez de paz, que, al menos yo, no he escapado de las garras del monstruo del matrimonio. Y es que en el fondo, debo admitir que me encantaba la loca idea, que preservaba en mi cabeza, de una escena montada, que no fuese más que un momento fugaz de llantos emocionados, de comida y baile en horario prolongado y de fotos que veré, con mi marido, unas diez veces hasta ser archivadas en un cajón de la casa. Y es que me encantaba esa loca imagen, que fantaseaba en mi mente, de mi cuerpo vestido de color blanco entrando al altar con mi padre del brazo. Y es que me he conciliado con esa loca idea, de que el matrimonio es un eslabón de la vida perfecta. Al fin de cuentas, recuerdo aún mis sueños de niña y ese libro en la mesita de luz de mi madre que decía “no seré feliz, pero tengo marido”.


Publicado en Revista Psyche Navegante  http://www.psyche-navegante.com/
Número 98 Agosto 2011
Sección Cultura Dossier: Matrimonios y algo más

sábado, 4 de junio de 2011

Buscando eso que falta - Crisis

Buscando eso que falta
Un escrito catártico

Marcia Rosin

    No sé, si es que esto será lo que todos comúnmente llaman, lo que tantos publican en pequeños libros de autoayuda, lo que mi madre me decía que llegaría: La famosa crisis de los treinta, o solo soy yo que otra vez voy a contramano.

   Ya no sé en cuantas cosas planeé convertirme en los últimos catorce meses. Ya no sé por cuantas profesiones y oficios deambulé. Ya no sé a cuantas vidas diferentes jugué. Ya no sé cuantas cosas intenté, ni cuantas dejé de hacerlo antes de comenzar a probar. Ya no sé cuantos sueños de futuro proyecté.

   De pronto hay bebes en todos mis grupos de amigos. Me hago de un novio que también pronto quiere casarse y tener hijos. Mi hermana ya no critica cada cosa que digo, mis padres ya no critican cada cosa que hago. Como si ahora, con un título de licenciada, mi palabra por fin tuviera un cargo vitalicio en la comisión directiva de la vida. 

   Perdón si no me acostumbro tan fácilmente a lo automático, al ruido molesto y a los tiempos acotados.
    Perdón si aún imagino una vida mejor.


   Tratando de adaptarme a las realidades sin abandonar mis ideales sigo construyendo, a veces sin saber con que rumbos inciertos, pero al parecer, dicen, voy echando raíces. 

   Como dice la cantante preferida de mi padre, y es que ´´cambia, todo cambia``. Ahora que mi cuerpo esta más cansado, lo cotidiano de salir de gira a las dos de la mañana para volver ya con el sol por arriba nuestro es una osadía que sucede sólo de a ratos. Lo habitual de una borrachera me aniquila las ganas de un poco más.

   De a ratos trabajé en turismo, fui animadora de chicos, mostré departamentos, trabajé con mayores, jugué con niños, quise estudiar fotografía, coaching, vender, volver a bailar, hacer teatro, monté una feria, ideé como ser psicóloga, soñé con publicar mis escritos, quise pintar cuadros, disfruté seleccionando gente para trabajos, imaginé un hotel  propio, tuve migraña y dejé de tenerla. Quizás debería haber sido una lista de los planes que tenía en mente lo que le diera al neurólogo para que entendiera sus causas. 


   Me harté. Y, como siempre, armé un bolso y me escapé un rato. Claramente empecé terapia.  Y es que sigo buscando, sabiendo que por alguno de todos mis caminos cumpliré ese sueño en el que creía en la posibilidad de encontrar ese lugar para mí. Ese sitio que salí a descubrir por el mundo, pateando de país a país.


   Perdón si aún sueño con el reflejo de la rojiza montaña a cada despertar.
   Perdón si aún me abruma una vida de nueve a dieciocho. 


   Y sí, aún grito mi deseo de vivir en el lugar que otros pagan para vacacionar,  porque no me entusiasma un viaje pegoteándome con la masa aplastante en los medios de transporte.

Abrumada por esta necesidad de crecer a pura expectativa, casi sintiendo que mi ideología me desprecia, que no pertenezco a este paradigma, sigo buscando. El nuevo capítulo trata de una búsqueda interna que se hace interminable hasta lo insufrible. 

   Mi vida casi asemejada a una ruta boliviana: La idea clara de que ´´caminante no hay camino``, pero no me vendría mal una señal.  ¿O será que desorbitada y confundida no he logrado distinguirla? 

   Será que éste paso hacia los treinta está arrinconando a la adolescencia que proclamaba victoria no queriéndose ir y me ha tomado tan de sorpresa que no encuentro el botón de adaptación dentro de mi sistema. 

   Perdón. Es que aún me levanto llorando por las mañanas con esta desesperación de que el día va a avanzar y yo no se como ocupar mis horas. Esa encrucijada entre producir un futuro de anhelos o simplemente, automatizada, hacer lo que debo.
  Perdón. Es que aún mantengo en mis pensamientos, ahora un poco silenciosos, esos recuerdos de un pasado más simple, lleno de caminos alternos.


   Y es que jode ese no sé qué en el pecho. Esa  impotencia de saber que hay algo que no encuentro. Esa desesperación que de a ratos me da ganas de no vivir más y como píldora, refresco mi mente pensando en una opción más liviana: La de escapar, la de salir, la de vivir un otro sueño, mi otro sueño. Ese  impulso de seguir buscando que se hace eterno. 

   Llegué a considerarlo como una etapa de transición, quizás alguna fase de culminación de la adolescencia que no recuerdo haber estudiado; una forma de conquistar la vida de a sorbitos, como si prefiriese permanecer aquí, no queriendo cruzar ese portón a la adultez.
    

   Ya ni me basta una hora de terapia para decir todo lo que pasa por mi mente y sale por mi boca, quizás por eso este papel en mis manos se ha convertido en un económico profesional sin consultorio privado.

   Y es que está claro que de a ratos me pierdo: Planifico, ordeno, rectifico, desarmo y vuelvo a planificar.  

   Es que mi ideal es absolutamente corrupto: Seré una reconocida bailarina; una renombrada psicóloga en mi país; mis fotos deambularan por los continentes; mis libros serán una hermosa inspiración; los políticos tomarán nuevas y mejores medidas de apoyo social tras mi trabajo en la comunidad. Descubriré la cura de la esquizofrenia o del autismo, casi sin querer la vacuna de alguna mortal enfermedad o la fórmula de una economía sin dinero. Sobre mi ideología se formará el lema de aquellos que proclaman el fin de las disputas mundiales. Esa niña me llenará con su abrazo tras escuchar las palabras correctas; esos padres estrecharan mi mano; mi hombre me estará siempre esperando.  

   Tengo increíbles momentos imaginarios de grandeza y choco con mi imagen tan pequeña recorriendo sin ganas la enorme ciudad.



jueves, 26 de mayo de 2011

Memorias de un almacén - Las épocas de la niñez

Memorias de un almacén
Una especie en extinción

Marcia Rosin

Era costumbre pasar por su almacén de regreso de la escuela. Justo en la esquina, frente a mi casa.
Miguel Ángel siempre sonreía mientras ponía el salchichón primavera en la cortadora de fiambres, para ofrecerme lo que era mi cotidiana merienda.
No faltaban las panzadas de picadas que nos preparábamos con mis compañeros. Claro, “paga mamá” era la frase más utilizada. La cuenta corriente del almacén era un gasto fijo sumado a los impuestos de mis padres, una gracia de los tiempos lejanos y las épocas olvidadas por la sociedad actual y, claro, un placer para mis antojos.
Aun recuerdo la bolsa gigante de chizitos por unos pocos pesos, las galletitas en sus grandes latas cuadradas, los alfajorcitos de azúcar impalpable y el infaltable papelito con la cuenta hecha a mano.
Hace poco más de un año, sorprendidos y emocionados, guardamos con mi novio en la billetera uno similar que nos entregó un ya anciano almacenero en algún pueblo de Buenos Aires.
Qué ocurrencias las de mi memoria! Tengo presente el viejo almacén y ese obsequio de números casi garabateados que aún conservamos como tesoro, sin tener noción siquiera del nombre del pueblo donde nos hallábamos. Había sido casi como un viaje subreal al pasado, a la infancia, al olor de abuelas cocinando.
Todo casi por un simple papel.
Esos mismos papelitos juntados que me entregaba Miguel Ángel cuando mi mamá, dándome plata, me pedía que fuera a pagar la cuenta del almacén.
Todos pasábamos de compras día a día por allí. Supongo que hasta mi mamá se despreocupaba con que podríamos almorzar sus hijos estando él ahí presente.
Nos conocía desde siempre, sabía nuestros nombres, nuestra historia y hasta en que líos nos habíamos metidos últimamente.
Casi un tío del barrio.
No era un gran local, como esos que ahora venden una escoba a la izquierda de la leche y a la derecha de los cuadernos escolares. No había góndolas, ni repositores. Nunca había escuchado yo de la canasta familiar, de los productos importados, ni que podría saber del marketing empresarial, de la compra barata de productos en Indonesia, de la mayor calidad traída desde Japón. En sus blancas estanterías Miguel Ángel tenia esos infaltables de la heladera y de la despensa del hogar, quizás un poquito más.
Eran épocas donde comprar algún bocadito o darse de gusto una gaseosa no hacían doler el bolsillo o pensar en la crisis de la economía mundial.
Él desde ahí, parado detrás de la heladera de fiambres y lácteos, charlaba divertidamente con cada vecino del barrio. Seguramente conocería los enigmas y secretos oscuros de todos los que por allí pasábamos.
Recuerdo a sus hijos y también como él cuidaba de los hijos de los otros, o sea, de nosotros.
Siempre que pienso en él, viene a mi mente, el día en que desorbitada me vi frente a la gran heladera y el abría un paquete de azúcar y me invitaba a saborear algunas cucharadas. Me acompañó luego a mi casa y no se fue hasta poder explicarle a mi mamá y dejarme en manos que me ayudaran. Y es que en el tiempo en que le pedía una Coca-Cola grande caí desmayada y desvanecida entre medio de la heladera de fiambres y la de bebidas.
Un día, me contaron mis padres, que se marchaba. Creo que él y toda su familia se fueron a Brasil. Vendía el local o lo alquilaba, no lo se, aún yo era chica.
Habían llegado los tiempos de las grandes cadenas de supermercados, pronto superadas por los mercados chinos. Los almacenes de barrio se convirtieron en una especie en extinción. Hoy existe allí, junto a una casa que estaba a su lado, una alta torre de departamentos.
Fue el final de la técnica de mi madre de cómo salir del apuro con una cena improvisada.
Fue el adiós, casi sin darnos cuenta, de los fiados, las galletitas embolsadas y de Miguel Ángel; un amigo del barrio.

Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

Publicado en Revista Psyche Navegante  http://www.psyche-navegante.com/
Número 98 Agosto 2011
Sección Dossier: Personajes de barrio

lunes, 23 de mayo de 2011

Caminante

Marcia Rosin


Caminas solo, con un deseo oculto.
Y no hay nadie a quien tomar de la mano.
No hay lugar donde gritar, donde esconderse.
Solo existen calles vacías, lugares desiertos, 
sónidos sordos y palabras sin eco.
Miras a un lado y al otro  
y las veredas son laberintos a la nada, al mismo infierno.
Y no crees en tu consciencia,  
ni en un paraíso hermoso donde morir,
Eilat Israel
ni en un ser que te salve.
Solo existe un pequeño sonido, 
más mudo que el resto que ya no escuchas
Un latido de corazón, 
que es más potente que tus fuerzas.
Tu miedo a no poder seguir viviendo.
Te enderezas.
Te aferras a la vida e intentas gritar, 
despertar a un mundo que no te oirá.
Sigues caminando, 
tropezándote con el aire.
Hasta detenerte en otro lugar idéntico.
Algo te suspende en el tiempo,
Algo que ni siquiera tiene sentido…

El vértice de lo normal

Marcia Rosin

Sentado solo bajo la sombra perdida de un árbol tan lejano como tu consciencia. Una lagrima rodeando tu sonrisa de inocente y en el juego de tus manos una flor escapaba de tus dedos.
Locura, resonó entre las voces, temerosa locura.
 ¿Hasta qué limite tu mirada era peligrosa?
¿Desde cuándo loco es el que respira hondo en cada brisa helada o detiene en sus manos el fuego del sol?
¿Qué mente traicionara persigue una ola o atrapa una estrella?
¿Cómo se definió loco al que sonríe sin motivo y cuerdo al que se burla de los muertos?
Querían encerrarte, mas dentro de lo que ya estabas, privarle al mundo tu simple discurrir de mostrar en la incoherencia de tus palabras la libertad de tus pensamientos. Y, sin embargo, tan rectos los otros, encadenados de sus frases, prisioneros de sus gritos acallados.
Yo permanecía solo a unos pasos de tu cuerpo y sin embargo tan lejos de tus sentimientos, de tu alegría con la vida que a mi me resultaba tan solitaria. Casi mejor solo en tu mundo propio que rodeado de todo este delirio que acompaña nuestra cobardía diaria.
Lentamente me fui acercando a tocar la piedra que señalaba tu mirada y sin levantarla del punto fijo que observabas murmuraste algún sonido que no llegué a entender.
Muy despacio y distraídamente me acomodé a tu lado y arrojé la pesadez de mi cabeza sobre el pasto húmedo.
La noche se acercaba y el sueño iba apoderándose de ambos.
De pronto, como empujada hacia nuestro sitio, la luz de la luna cayó sobre nosotros y me aplastó a una realidad aún desconocida. Permanecimos inmóviles, sólo observando nuestro alrededor, aunque se que entre las sombras que nos rodeaban no buscábamos lo mismo. Jamás podría saber en que pensabas, que imágenes insólitas para esta sociedad traspasaban tu mente. Sólo yo sabía que era esa la última noche que pasaríamos en tu bosque de locura. La oscuridad de la noche se hizo corta, la oscuridad del encierro prematuro e incontrolable fue eterna.
Quedaste allí encarcelado en una jaula de consciencia impuesta, por vos tan indeseable. Creyeron que querrías ser quienes ellos querían que fueras, otro como yo, disfrazado, corregido. Mas tu fuerza fue mayor, y tu esperanza el impulso de mi rebeldía.  
¿Acaso dónde se halla oculta la locura? En tu mente de fantasías y realidades imaginarias o en este mundo de transito atemorizado.
Solo, solo sentado bajo la sombra de un árbol blanco que dibujas con tu mirada en la pared, aún tan lejano como tu consciencia. Una lágrima rodeando tu sonrisa de inocente y en el juego de tus manos, que ahora intentan escapar, tus sogas gritan de dolor.
Ya no había brisa, ya no había flor. Pero aún, acorazado tu cuerpo, tu alma seguía libre. Tu alma aún se encuentra recostada bajo el árbol, sin miedos, aún persigue la ola, aún atrapa la estrella, aún besa la luna, aún baila y se ríe burlona de la locura de afuera, de los que caminan sin paso, de los que hablan sin voz.
Sentada sola bajo la sombra perdida de un árbol tan lejano como mi consciencia. Una lágrima rodea mi sonrisa de inocente y en el juego de mis manos… una flor se escapa de mis dedos.

Luciérnaga

Marcia Rosin

Aún te sigo buscando en las mañanas.
Aún te sigo perdiendo entre los sueños de la noche.
Tu caminabas solo, buscando alguien que te amarrara.
Mi soledad me acompañaba de lo que siempre estaba rodeada.
Las palabras resonaban en las rejas de lo irreconocible, en los tejados de lo invisible.
Tu magia intocable, tu luz radiante, despertando mi intriga, arrinconando la tuya.
Y descubrí bajo el fuego de tu mirada un inocente camino.
Olvidé mis palabras ya entrelazadas.
Lastimé a otros que , como yo, aún aman; que al igual que mi vida, aún sangran.
Estrellas enloquecidas, mareas alcoholizadas de arena sabor a nada, de ocasos sin historias, de gente acorralada, de sorpresas hechas llanto.
Te posaste como luciérnaga sobre mis hombros y en tu desvío quedé sujeta al último hilo de tus pisadas.
Creí que el adiós era final y  aunque te encontré no me equivocaba.
Fui a tu encuentro tan absurdo y me vi rodeada entre tus brazos. Te lloré mi muerte. Te esperé en el amanecer de mi llanto. Me sentía tan llena, tanta esperanza robada que brotaba de mis palabras por última vez. Tanto delirio que entregabas, tanta ridiculez desenterrada. Libros entremezclados de furia y pasión sobreviviente, de páginas que se llenaron de adioses descontrolados, de besos sofocantes, de pérdidas en el humo de tu ausencia.
Pero debo admitir que aún te sigo buscando en las mañanas.
Y es que hay días en los que te arranco de mi pecho apuñalado.
Y es que hay noches en las que, aún, duermes a mi lado. 

Metamorfosis



Marcia Rosin
  
    No fue hace mucho. Yo cruzaba apurada al mercado frente a la plaza. Era tarde y no quería que me cerrara. Me lo tope casi sin querer, justo ahí en la puerta del nuevo local del barrio. Ese que vende todo por dos pesos. Pero claro, él ni me miró.
    Caminaba con la cabeza escondida en la oscuridad de la noche, no por pena , ni por vergüenza, solo por el hecho inevitable de no tener nada mejor que hacer, nada en que pensar. Acompañado de su resaca y un cigarrillo transitaba las veredas frías y desoladas, camino a su casa.  No llevaba abrigo a pesar de la intensa helada que acaparaba para esos tiempos a la ciudad; seguramente habría sido más cómodo salir con lo puesto que levantar una campera del montón de ropa sucia tirado en la cocina.
    A metros de su puerta un niño estremecía con un llanto desconsolado. No me   llamó realmente la atención que sin siquiera levantar la vista él continuara su denso paso. Tiró su cigarrillo a un cantero cercano y junto con él, el pequeño momento de alegría a su lado. Un perro solitario, algo viejo, algo cansado, dormitaba delante de su entrada y, sin premeditarlo, de una intensa patada desplomó de su sueño al pobre animal, quien, sin gesto alguno, se acomodó en la entrada próxima. Observó descuidadamente las rasgaduras en la puerta, quizás recordando las tantas veces que, sin preocupación, había olvidado sus llaves y tumbado la puerta para poder entrar.
    Supongo que una vez adentro, esquivó los restos de basura y percibió el inevitable aroma de la suciedad en la casa. Recogió las sobras de un huevo revuelto que había comido unos días atrás y se desplomó sobre los restos de un sillón, descubriendo que no había nada más interesante en su vida que mirar aquel horrendo techo que lo encarcelaba del exterior.  
    Permaneció allí, con sueño, pero sin poder dormir, junto al regocijo de su estómago por el poco alimento podrido que se le otorgaba después de tanto tiempo y sobre sus hombros el descanso de unas escasas horas. Descubrió en su mente, al igual que tantas veces, el recuerdo de la golpiza a su mujer hacia dos meses atrás y el placer que había sentido al descubrir que, esta vez, ella se marchaba. Aún gozaba con la imagen del rostro hinchado y el cuerpo marcado arrastrándose hacia la puerta. Aún percibía la calma de su casa en su ausencia durante los primeros días.
    Su experiencia en su paso andante por la vida le había demostrado que nada valía tanto la pena, ni aún siquiera permtir la libertad de su imaginación, Es así, que cuando el sueño, entremezclado de aburrimiento, penetró un poco más en sus ideas, se levantó. Ya con dificultad, tomó una botella de un whisky barato y partió hacia la calle, sin rumbo, nuevamente.
    Su penoso andar cargaba sus solitarias aventuras, sus deseos frustrados. La amargura en su mirada, la lástima en sus manos.
    Algo mareado, descubrió el bar de la esquina. Ese a pocas cuadras de la plaza, con sus ventanas grandes de madera y sus mesas color verde. Casi el único en el barrio que atiende por la noche. De un manotazo violento abrió la puerta y se acomodó en una de las mesas.  Pidió un vino tinto mientras tiraba, intencionalmente, la bandeja del mozo al suelo y sin risa alguna, pero feliz, observaba al desdichado recoger los restos de los vasos hechos trizas. Se sintió indefenso de su propia voz al pedir la bebida; hacia días que no hablaba con nadie. El mesero desorientado percibió, en cambio, escondido en la firmeza de sus palabras, lo oscuro de un rencor por él desconocido. El bar estaba desierto y él se sentía a gusto de no tener que escuchar voces molestas atormentando su embriaguez.
    Sacó del bolsillo el atado de cigarrillos algo destrozados. Aproximó uno a su boca y casi automatizado estuvo por encenderlo, pensando en cuanto la gente se acostumbra tanto a las cosas que los hechos cotidianos se realizan sin intención y espontáneamente. Lo sostuvo entre sus dedos, lo miró, lo observó detalladamente, lo desmintió, lo desnudó. Percibió, como si fuera la primera vez, su aroma. Sintió el tabaco desparramarse en su palma e intentó encontrar en su conciencia que yacía en el alcohol, que de todo ese montón de sustancia en su mano le gustaba aún más. Y sin mucha espera sacó otro de la cajetilla, esta vez para encenderlo intentando un goce de luz a su propia alma.  Dio una larga y seca pitada y disfrutó la nicotina en su interior. Volvió a observar el cigarrillo, esta vez encendido. Permaneció sumergido en ese encuentro silencioso hasta ser consumido por el tiempo.  
   
    De pronto se sintió liviano, frágil, distinto, pero tan igual a otros, a decir verdad, tan idéntico a lo que él era. La oscuridad impedía su razonamiento. Se sentía apretujado, otra vez encarcelado. No comprendía realmente los sucesos, creía que era a causa de su borrachera, o quizás un insólito viaje producto de haberse fumado sus sueños. Quizás por fin estaba muerto. Quizás era sólo otra desfachatez de su mente, jugando trampas nuevamente con él. Una luz proyectó la realidad. Alguien lo tomó por su cabeza y descubrió bajo sus pies un gran paquete de puchos. Sintió como si lo besaran, como un escarbadientes que dormita en una boca ajena.
    El mesero prendió entonces el cigarrillo que había descubierto en el atado olvidado en la mesa, la mejor propina para aquel hombre cansado. Sin importarle realmente ese antipático último cliente, quien se había fugado sin pagar y sin el siquiera notar su ausencia, caminó hacia la puerta con el cigarrillo en mano, contemplándolo, como platicando con él. Como si esa máquina de humo arañara la felicidad de introducirse en su cuerpo, quizás matarlo un poco bajo la lluvia que comenzaba a sucederse en el cielo de la ciudad. Escuchó, entre el goteo del agua, la tos del mesero y chispó inocentemente de alegría, encendiéndose y traicioneramente quemando su propio papel. Agradeció la oportunidad de volver a lastimar a un desdichado más de la sociedad, sabiendo que él mismo era uno de esos tantos y que, a pesar de sus cambios, su soledad seguía acorralada al igual que sus pensamientos ensombrecidos y su vida indiferente.
    Se fue desvaneciendo por entre los sueños de un trabajador como nosotros, en un simple bar como cualquiera, en una vacía ciudad como tantas. Se fue consumiendo su impotencia, su guerra con la eternidad, arrojado a las aguas de una acequia ya inundada, sepultado en la oscuridad de su propia vida.

Postales de ciudad

Marcia Rosin

Imágenes de ciudad como postales por mis pupilas.
Cúmulos de gente caminando por la senda peatonal.
Los miro, los observo casi inherente a éste circo magestuoso de luces y de ruidos.
Durante tiempos y tiempos solo oí decir a mi alrededor de seres que prefieren deslomar su cuerpo hoy en un trabajo, aunque gratificante, no felizmente aceptado por ellos mismos. Envueltos en quejas tan coherentes que agobian.
Todos a la espera de un final de vida reposado.
Una nueva forma de conquistar la vida; solo transitarla.
Sin huellas, sin marcas.
Un día y después otro. Casi repetido; casi idéntico, casi igual.
Copiar y pegar; de eso parece formarse la rutina de la ciudad.
Siempre a la espera de una sorpresa, incluso de un desastroso acontecer.
Algo que sacuda la quietud y la espera.
¿Pero a que aguarda cada uno de estos seres autómatas y momificados?
 ¿Que culmine una etapa? ¿Otra anécdota que relatar? ¿Una magia por despertarse?
Como postales por mis pupilas enloquecen autos que se enredan, golpes de paredes que ensordecen, gritos de vereda, faltas.
Deseos que aguardan, ¿o se guardan?
Consignar para mañana: La nueva forma de conquistar la vida o, quizás, la misma de siempre.

 Tucuman Argentina