viernes, 26 de agosto de 2011

La era del deber multifacético

La era del deber multifacético
¿Tiempos acotados o sobreutilizados?
Marcia Rosin


    Una teoría modernista podría considerar a la computadora como una dotada maestra que nos explica y nos enseña a hacer sujetos útiles en la vida, pero ¿cómo?

    La computadora nos obliga a mantener nuestra mente dividida en 15 cosas que hacer simultáneamente: Mantenemos conversaciones con seis personas a la vez, mientras escuchamos música, bajamos nuevos temas, miramos algún video, buscamos información sustancial para nuestras tareas, chequeamos el clima del día siguiente, nos enteramos de lo que una persona que no vemos hace 15 años está haciendo en ese preciso instante y miramos las fotos de nuestros amigos y de nuestros no tan amigos. Todo en una fracción de 15 minutos, que pronto se transforman en horas y horas de imposible despegue de nuestra atención sobre esa máquina que, inexplicablemente para unos cuantos, se encuentra conectada a todo el globo terrestre.

    Si se marearon con tanta descripción no me preocuparía, pero si no se hallan involucrados dentro de éste quehacer cotidiano del hombre del siglo actual, les diría que coexisten con un problema.

    No por fanática de la computación, ni de la tecnología, ni mucho menos de las redes sociales, aunque claro que las utilizo. Sino porque la era actual nos obliga a identificar una nueva característica del ser humano. Del Homo Sapiens de Darwin, al Sujeto del inconsciente de Freud, al Ser Multifacético de Bill Gates.

    A través de esta manía de demostrarnos a nosotros mismos, todo aquello de lo que somos capaces de hacer simultáneamente, hoy hemos sido convertidos en seres multifacéticos.

    Visto así, la histeria podría entenderse como un estado de total lógica, teniendo en cuenta que en estas simultaneas conversaciones, o chats, uno puede hablar apasionadamente con alguien con el que está enamorado, y un segundo más tarde, encolerizarse con otra persona a la que desprecia y con la cual hace media hora se está insultando. Y no sólo eso, sino que mientras tanto, estar escribiéndole a un total desconocido preguntándole en forma natural sobre su vida, a la vez que, contándole con excesiva angustia, a su prima que vive a miles de kilómetros de distancia, sobre la traumática relación que lleva con su madre debido al nuevo novio que trajo a su casa.
    Entendido bajo la lógica del Windows Vista, pasar de estados emocionales en cuestión de segundos no sería tan significante, como cuando un médico logra catalogar, por parecidos síntomas, a un sujeto bipolar o drogadicto, o algún otro cuadro psiquiátrico.
   
    No hablamos de iguales estructuras ni circunstancias, pero sin lugar a dudas, las características de algunos trastornos pueden observarse hoy, sentados frente a la máquina, en la cotidianeidad de cualquier hogar.

Pero entonces, ¿qué nos enseña ésta maquinaria tan compleja?

    Y es que esa vida multifacética a la que nos transporta esa máquina llamada computador, se nos es prácticamente obligada para subsistir a este mundo que cada vez avanza más y más rápido. O al menos eso parece percibir una gran parte de la población.

    Hoy no basta con saber un idioma, haber concluido una carrera universitaria y haber tenido algún trabajo que compruebe nuestro respeto por las normas generales de comportamiento social. Hoy, dicen los licenciados en recursos humanos, hace falta ser dinámico, proactivo, autónomo y poliglota. Para ser competitivo en el mercado laboral y en la vida en general, es preciso terminar una carrera universitaria, para empezar otra, haber estudiado decenas de cursos y tener cientos de puntajes. A la par, debe uno trabajar de 9 a 18, y tener un extra de 18 a 21. Llegar a fin de mes, vistiendo en la oficina siempre a la última moda. Ser hábil en las comunicaciones y creativo en las soluciones.  Hacer deportes, arte y saber computación. Poder cumplir con las tareas de uno y del otro. Llegar temprano a casa y a la vez hacer horas extrañas de trabajo. Ser responsable por lo propio, por lo ajeno y por la ecología. Ser buen ciudadano, aspirar a progresar y tener algún hobbie para no contraer estrés.

    Nuestros abuelos inmigrantes pocas chances tenían de conformar sus vidas mas allá de los oficios aprendidos. Pero todos tenían en claro que sus hijos debían ser médicos, debían ser abogados, debían ser maestros. El siglo pasado se conceptualizaba en la premisa del deber ser. Pero hoy no basta solamente con tener un titulo de grado o alguna especialización para desarrollarse como sujetos adaptados a este nuevo sistema cibernético.     Hoy todo aquello que una persona lograba hacer en el transcurso de su vida, debe hacerse en simultaneo.

    En los días actuales, un abogado debe dar clases a aspirantes de derecho y nutrirse de su efímera vocación actoral que desempeña los fines de semana. Un estudiante de química debe esmerarse como secretario mientras consolida su facilidades comerciales en un microemprendimiento. Un médico debe hacer horas de hospital, de consultorio privado y generar ingresos extras vendiendo por internet.
  
    En la era donde debe hacerse de todo y a un mismo tiempo record los roles se entrecruzan y se confunden. Pero nuestra buena amiga la computadora, nos ha enseñado bien a dividir nuestros cuerpos y, en especial, nuestras mentes, en los sucesivos “yoes” y estados emocionales que la modernidad nos obliga. Pues, casi todos comprendemos que, hoy, hace falta ser multifacético.

jueves, 4 de agosto de 2011

Entre Marte y Venus - Diferencias de género

Entre Marte y Venus
Hablando de lo mismo
Marcia Rosin


    En la vida de toda mujer existen dos temas fundamentales de conversación. Sin importar si se trata de una empresaria, una profesional, una ama de casa, una empleada, una modelo de revistas, una artista o una secretaria, todas hablamos de esos dos temas centrales de nuestro existir: Los hombres y las amigas. Con los primeros hablamos sobre las segundas y con las segundas pasamos horas debatiendo sobre los primeros.

    A ellas, nuestras amigas, podríamos clasificarlas en dos grandes grupos primarios.

    Aquellas, donde sin importar hace cuantos meses fue nuestro último café compartido, aún insisten en contarnos las historias de aquel mala muerte que tienen por pareja, o ex pareja. O incluso, sobre aquel intrépido y manipulador, que no hizo más que emboscarlas por un par de rápidas noches. Esas charlas en las que nosotras, como buenas amigas prestando nuestros oídos, aún continuamos escuchando y escuchando, por eternos meses, los lamentos de dicho amor frustrado.

    Por otro lado, podemos encontrar ese ejemplar grupo de amigas, a quienes por más que viéramos día tras días, se nos haría imposible seguir el hilo de sus historias de protagonistas masculinos, dado a su fascinante capacidad de constituir amores fugaces y repentinos. Esos hombres que casi siempre se tornan en ensoñaciones sobre el definitivo amor de su vida. Relatos en los cuales nosotras, aún como elegantes e incondicionales amigas, nos hallamos perdidas de tanto boxer sin nombre. Pues recordar cada uno de ellos sería, simplemente, una tarea imposible de realizar.

    Criadas todas bajo el mandato de nuestra conocida Susanita, la buena amiga de Mafalda, o ante la expectativa conformada por tantas repetidas historias de Andrea del Boca con sus príncipes azules y sus amores imposibles, henos aquí, mujeres sentadas a la mesa con un café de por medio, desabrochando nuestros secretos de sábanas las unas con las otras, como nuestro hobbie predilecto.
 
    Mientras pedimos un poco más de azúcar o edulcorante al camarero, nos encontramos a nosotras mismas ubicadas en alguno de esos dos grupos y nos transformamos en grandes consejeras mutuamente. No por más castas o más impuras, ni tampoco por monogámicas o atrevidas. Probablemente, porque todas pasamos por una etapa y por la otra, de estos grupos primarios, en el transcurso de nuestra vida. A veces lloramos con nuestras amigas, por años, por el mismo hombre, y a veces, ni nosotras recordamos sobre quien habíamos dialogado la semana anterior.
   
    Lo más paradójico es que nuestras charlas concluyen, una y otra vez, con la absurda, loca e histérica premisa, de que sin importar de que lado de la vertiente estemos, siempre nos encantaría estar ubicadas en el grupo contrario.

    Y es que en todos los relatos nos enfrentamos a una extraña dicotomía. Algunas amigas que nos cuentan lo triste de su soledad y su deseo de enamorarse pronto, versus otras que nos relatan la majestuosidad que conlleva el  “mejor sola que mal acompañada“, a lo que algunas denominan libertad.
   
    Y las hay también, aquellas otras amigas, que ya han olvidado lo referente a lo interesante de la charla sobre la problemática masculina y ahora se contentan, mucho más, con informarnos todo aquel acontecer sobre sus hijos, sus sobrinos o sus mascotas, como un derivado de ese componente denominado fálico por la psicología del último siglo.

    Y es que, cualquiera sea la vertiente que nos toca vivir, o el grupo en donde nos hallamos ubicadas en algún momento, no hay mujer que no haya manifestado a grandes voces “que no entiende a los hombres”.
   
    Con lo que podría concluir, en que el debate sobre la incógnita del pensar y el actuar varonil, es seguramente un tema que no se escapa de nuestras bocas a la hora del té. Cabe decir, que la incógnita del útero es, probablemente también, la charla más concurrida por el grupo de hombres, mientras discuten sobre goleadores de futbol, ponen la carne al fuego para su esperada parrillada, descorchan un vino y hacen algunas jugaditas de truco, póker o blackjack.

    Nada nuevo sería comentar sobre la opuesta perspectiva, y hasta la rivalidad, de los comentarios que se puedan suscitar entre los denominados seres provenientes de Marte y los de Venus.

    Pero puedo con seguridad informar, que enfrentados en la mesa de un bar, en el parque, o en un sillón de la casa, dos amigos o dos amigas, sin importar la variante de su género,  finalmente están hablando de lo mismo: Nuestra humanamente asignatura universal, el sexo.